El mensaje
Nemesio se sentó en su puesto y comenzó a transmitir puntos y rayas, con nerviosismo. La mañana era distinta a las demás, y debía hacer llegar un mensaje a quienes pretendían derrumbar la vieja estación ferrocarril para transformarla en un paseo comercial.
Aquel enigmático sonido metálico y entrecortado cobraba vida bajo las presurosas manos de quien durante años había sabido describir el dolor, la felicidad, el amor y la angustia mediante simples caracteres. Su mujer, eternamente triste, lo miraba y juzgaba que aquello era un vano intento por detener lo inevitable.
El ingeniero a cargo de la obra oyó aquel repiqueteo en su cabeza, pero lo atribuyó a lo difícil que cada vez se le hacía trabajar muchas horas.
El telegrafista redobló su esfuerzo por hacerse escuchar y comenzó a repetir una frase: “Váyanse, dejen todo como está, y los muertos seguirán muertos y los vivos seguirán vivos”.
El campaneo aumentó en la mente del profesional, mientras una corriente eléctrica lo abordaba y un punzón golpeaba en el centro de su cabeza. Se apoyó mareado en una camioneta, e imaginó rodillos movidos por un engranaje de relojería sobre un cilindro con tinta negra.
Acallando las señales, el ingeniero sacó fuerzas de donde no tenía y ordenó que se iniciara la demolición de la antigua parada de trenes.
Los habitantes de la estación comprendieron que comenzaba la destrucción. Nemesio miró a su esposa y aceptó su derrota como mediador. No quedaba más camino que la guerra.
En el siglo veintiuno pocos comprendían el lenguaje de los fantasmas.
José María Marcos(Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 116
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