Música ciega, en el dominio más helado.
En el invierno, ni la imaginación concibe el verano.
Ni la flor, ni el fruto,
ni la agilidad del animal entre charco y charco;
digo Abisinia y, de pronto, cruje la madera
y se derrumba, envuelta en ocre, la inocencia;
digo yo y, de inmediato, sal en la herida
y el destino como filo, gorgojo, ausencia.
A los pies de cada cama, con su enfermo,
una mujer de blanco, inmóvil.
Hablaría, el enfermo, en lenguas, si se lo propusiese.
Profetizaría pestes y lluvias de sapos,
la mujer de blanco, si se lo propusiese.
Pero es Abisinia y ambos callan,
afuera cae la hora por su propio peso
y un daguerrotipo fija vulva y colmillo,
y aquello, secreto y antiguo, que los lubrifica.
Pero digo yo, y la silaba pierde su eje,
se disipa entre repetidas, monótonas conversaciones
que dan cabida al vano consuelo
y arrojan, como agua servida, el nudo, la estrella.
Carlos Barbarito -Argentina-
Compartido por Rolando Revaglitti
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