Perseguía tienda a tienda tu lucidez serena entre susurros de admiración y el viento que formábamos como sogas invisibles impregnadas de la fuerza de la envidia.
Absolvía la resolución de la prisa y las tiendas volaban imparables.
Tiendas de bolsos, zapatos, cinturones,
en las que exhaustos absorbíamos la mañana de primavera de calima y nervios.
En una tienda, entre el desgarro y la lírica, la voz de Sabina crujía la insolencia de decir “te quiero más que a mi vida”.
En otra, tristes cinturones colgaban escondidos y ojerosos tras una puerta cualquiera.
Comprobamos varias veces el éxito y el fracaso después de subir y bajar como montañas de lava tiendas y más tiendas desgastadas de sueños, en busca de la certeza que siempre se cierne sobre los instantes.
Tarde o temprano seré, me dije, el soplo de la ayuda no necesaria y el agradecimiento (de la compañía) disipará la postrera acción.
Y todo queda, aunque como fantasmas de piel pululáramos por entre el gentío que no existía pues sólo éramos el suspiro de nuestras sombras.
Dejábamos atrás los sueños de la prisa y las zancadas y el buscar sin encontrar hasta que en la primera tienda en la que miramos, se hizo visible todo.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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