SUDÁFRICA

... Estaba amaneciendo cuando llegamos a Johannesburgo. Pasamos en fila ante los agentes de aduanas, quienes nos dieron unos impresos para rellenar, revisaron nuestras maletas y requisaron todas las revistas Interviú porque mostraban desnudos. Dos horas más tarde rodábamos en dirección a Secunda.

Al llegar a Sasol, rellené una ficha y me entregaron la llave del barracón en que estaba ubicada mi habitación. Al día siguiente, todos los españoles que habíamos llegado durante el último fin de semana acudimos a una reunión convocada por la empresa. Entramos a un gran salón donde un español nos traducía simultáneamente el mensaje de bienvenida del director de FLÚOR, el holding americano que dirigía los trabajos, y el discurso del responsable de la Seguridad en la refinería:
Prohibido hablar con negros y mestizos, salvo para ordenar alguna cosa; nada de confraternizar ni de saludos o expresiones amistosas.
Obligación de llevar el documento de identidad con la foto muy visible colgado en el pecho.
Obligación de firmar un documento exonerando de responsabilidad a la empresa cada vez que se abandonara la protección del campamento para ir a visitar pueblos y ciudades.
Bajo penas de cárcel o expulsión del país, estaba prohibido expresar opiniones políticas contrarias al Apartheid. Totalmente prohibidas las huelgas. Debíamos mentalizarnos de que veníamos a trabajar, no a cambiar el mundo.

La primera sorpresa que me llevé fue comprobar que allí no oscurecía nunca: un par de antorchas de más de doscientos metros de altura, ubicadas dentro de los terrenos de la factoría, lanzaban una llama enorme e iluminaban un radio de tres km como si fuese de día, por lo que tuve que vivir siempre con las persianas echadas y las ventanas cerradas para amortiguar el intenso olor a gasolina y gases quemados que inundaba el campamento. La luz de la antorcha podía verse de noche a sesenta km de distancia...

DEL LIBRO "CUANDO ESPAÑA DESPIERTE" de JUAN PAN GARCÍA -Puerto de Santa María-