La noche me llamó desesperada.
Temía que mi vida naufrague
en soledad.
Las alas de mis libros se esparcían
dejando a toda musa en libertad.
La luna tristemente me miraba
brillando sombras en la oscuridad.
Mientras un cielo limpio
escribía eternidad.
Belleza suprema de la fidelidad.
Constelaciones inquietas buscaban
milagros secretos de la humanidad.
Incandescentes llevaban mi alma
a la cúspide plena de felicidad.
Esfuerzos y anhelos truncaban
confundiendo y negando la realidad.
Que el hombre angustiado gritaba
en ausencias tristes de la verdad.
... Entonces sentí que la noche
era única y me amaba.
Que dulcemente en su vuelo etéreo
me besaba.
Que sus sueños me prestaba
y en ellos yo soñaba.
Que en sus oasis fantásticos
me dormía y despertaba.
Y en fractales y destellos
estrellas fueron mis lágrimas.
Eduardo N. Romero -Argentina-
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