jueves, 1 de junio de 2017
TRAS DORMIR HORAS...
Tras dormir horas, dos o tres, porque era un sonámbulo, fui a dar unos pasos en la noche que aún no terminaba. Creo que era un día de fin de semana. En el día había trabajado y algunos compañeros me hablaron de lo bien que había bailado en la fiesta. Esa situación comenzó con una cena y la mayoría llevaba frac muy elegante. Me sentía bien, y había despertado vestido sobre el sofá con un mínimo de jaqueca. Obsesionado aún, y sin que nadie se percatara cerré suave la puerta, atravesé el zaguán que daba hasta la puerta de la calle y que compartía de acceso con otros apartamentos de vecinos muy ricos amigos de mi jefe. Iba por los andenes preguntándome qué clase de flores estarían bien para llegar a tu casa tan temprano con semejante estampa. Pronto cumplirías años y ya sabía que los de tu casa se lo tomaban muy en serio. En realidad una torta tan gigante como la del último año era un despropósito. Sé que para cuando me presentaba con los regalos que yo creía estaban bien para los intereses que por aquellos tiempos tenías, la primera en hacerme sentir con sus miradas un fracasado no era tu madre, tu tía, la narizona que parecía judía, lo manifestaba en palabras cuchicheándolo. Así pues, volvía a sentirme vivo porque nada de lo que para los demás parecía importante, a ti en lo más mínimo te generaba algún cuidado, y me despedías por la puerta delante de todos introduciéndome la camisa por dentro del pantalón, asegurándoles que debía ir a preparar una clase, impostergable, en la universidad, porque ya era maestro suplente del viejo que ya con esta ocasión sufría su tercer infarto, y a lo mejor no regresaría, así que era muy importante no quedarle mal al decano que tenía todas las esperanzas puestas en alguien tan joven, y que había preferido por encima de ese petulante posgraduado en Berlín y que manejaba a su antojo tres lenguas sin contar la materna, políglotas que suelen llamar los entendidos; todos se apresuraban a desearme suerte a coro y, fingiendo como mejor sabes hacerlo, indicabas señalando con dos dedos las escaleras al segundo piso, porque querías recostarte un buen rato en tu habitación. Desde luego que eran montajes impecables que orquestabas para distraer la atención, y ya desde la ventana donde se domina una vista maravillosa, destrababas el cerrojo de la vidriera y aventabas el lazo macizo de alpinista que robamos por pura osadía a un instructor pretencioso que siempre intentó sobrepasarse lascivamente contigo, atándolo a una de las patas de la cama para mayor seguridad, y yo en un santiamén con una técnica depurada de tanta práctica, lo trepaba y ya de pura rapidez estaba quitándote los calzoncitos rosados nuevos que llevabas puestos bajo el vestido, sin dejarte llegar a la comodidad del colchón, tirándote allí mismo sobre la alfombra, sofocándote los respiros acelerados con mis labios calientes y húmedos que buscaban en el mapa de tu cuerpo todas las ranuras, ayudándome de los dedos, de la pasión desenfrenada que sumía aquella recamara en un torbellino de sudor y fricción, de forcejos y besos y un toc toc preciso y seco en la puerta acompañado de la voz grave y urgente de tu padre que solicitaba inmediatamente abrieras porque...
JUAN FELIPE MARTÍNEZ
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