viernes, 3 de marzo de 2017

VENIRSE


Otra vez las soledades,
la ciudad desmedida en un sinfín de una sola calle
llena de voces que no me escuchan ni oigo
bajo escaparates con cielos que llueven serrín
y raudales de esquinas sin doblez.
Estaré de nuevo desmuriéndome a la orilla
con los vaivenes de las olas de cerveza
mojándome el suburbio de una idea
que me colgará del colmillo por retorcer;
soñaré, borracho, con islandias y portugales
para morder bocados de viento
que se atraganten en hojas de papel en blanco
y cerciorarme que la felicidad es menos que un susto
y que las palabras nunca ponen a salvo las cosas.
Dejaré de restregarme los ojos
para consentir que las legañas me crezcan
y tapen mi llanto sigiloso
sin que ningún otro sobreviviente
se aúpe a mi lomo y flagele mi debilidad.
Regresaré al silencio, a la duda extendida
por una hamburguesa cruda que se pudre al sol;
estaré de nuevo inútil, incomprendido en la pereza
de una música que olvida que también camino
y que las horas me pesan con una urgencia
por inagotables desiertos asfaltados.
Tendré que volver a acostumbrarme a no soñar
y dormir pespunteados los párpados
con los visillos cerrados en las mañanas,
las tardes chamuscándome a la brisa de un monitor
y de par en par la ventana a la guarida de la noche.
Desandaré lo andado para ver lo que ya vi
con las cuencas vacías y los ojos en la mano
y pediré ese beso a solas al berrido de la confusión
mientras oiga troncharse otro pedazo de mi cuerpo
y sorba el labio que me queda.
Finalmente dejaré que languidezca lo imperecedero
en el rellano que repinté hace tan poco,
lo dejaré secarse sin mirarlo, opaco,
esquivando sus chorros de hiel,
retomando la insistencia barata del tiempo
y fumándome uno tras otro día.

MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-

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