Pies desnudos en la arena, que el mar baña con su espuma, vaivén de murmullo y frío, de una mar tranquila y con bruma. Apenas es un clarear aún, un disipar de la negrura, pero se encienden en dorado las luces, y la niebla entre amarillos despunta. Saldrá rojo el sol, para ser un cambiar de colores, imitando el jardín y sus flores, pleamar de colores en el cielo azul. La brisa es fría en el matinal, y el tiritar el cuerpo conmueve, mientras los ojos en su mirar ceden, ante el horizonte y su despertar. Ante el difuminado por las nubes amanecer, que arcoíris en tonos pastel entrega, entre nubes de algodonado trasluz y un mar que en su quietud, reflejar el astro quiere. La húmeda arena acoge, el cuerpo que ante la magnitud cede, que se sienta en silente observar, como el mar es un pintar, donde la naturaleza crece. Donde el día amanece, en su renacer continuo, con ese beso de sabor salino, que agua y sol en su clarear se dan. Creando el radiar, que es línea y abrazo, donde cielo y mar se juntan, como si fuera punto y final. Es albor y es matinal, de ese día a día que comienza, de esa cotidianidad que nos secuestra, en el vorágine ritmo de la sociedad. Y es que hay que saber parar, sentarse en silencio, frente al mar o al ventanal, ver volar las luces en los cielos, y sencillamente respirar. Dejar que nuestro yo, haga sus castillos en la arena, sentir la sangre en las venas y el palpitar del corazón. Alimentarnos de esa luz, que cada día dentro crece, amor que nos embellece, y que nos hace ser mejor. Que luego viene el sonreír, que al mundo convierte en distinto, deja salir nuestro instinto y a la vida, da nuestro color.
Emilio Juan Gilabert
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