lunes, 6 de febrero de 2017

EL VIEJO FANTASMA


(in media res)

Las furias, los remordimientos, persiguieron a Orestes, rey de Micenas, por haberse vengado, hasta que Atenea tuvo compasión de él.
La mano áspera y temblorosa del rudo labrador traza con lápiz romo frases inconexas, para él plenas de sentido. Cuando el anciano Orestes lee los últimos renglones del folio que acaba de escribir, no puede reprimir las lágrimas. Un día lejano un maestro pederasta mancilló su carne infantil, a la que ahora, reseca, redime con una confesión deslavazada.
El viejo, minutos antes, ha escuchado en el telediario la detención de un profesor por abusar de menores. Ha encajado la noticia como un fogonazo que se hubiera proyectado sobre la sombra encerrada de una pesadilla desde setenta años atrás maniatada.
Junto a la ventana, pensativo, fija sus ojos en el horizonte. Libra una batalla contra su pasado. A intervalos el rostro alterna dolor y alegría, lucha también contra sí mismo. Garabatea hasta que, triunfante, suelta el lápiz y su mirada perdida cobra de nuevo viveza. Ahora la sangre circula por sus mejillas; los surcos que los años labraran, hoy convertidos en arrugas, resplandecen: Aliado con el olvido, ha perdonado… y ¡se ha perdonado! Se ha vengado de ese instante de su vida en el que no pudo elegir. Sus pupilas encuentran descanso. Flojos los hombros y las piernas, experimenta el peso suave de su alma ventilada, la paz dulce de quien se sabe liberado de un injustificado sentimiento de culpabilidad. Ya no sentirá más el estremecimiento de su piel asustada.
Cuando con trazos gruesos escribe la última palabra el viejo Orestes se ha vaciado de recelos (era profunda la rabia contenida). Atenea le declara inocente, pero no consigue evitar un sollozo. El sollozo que desde su niñez le provocaba la presencia rijosa de un viejo fantasma.

Pepe Bravo (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 32

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