domingo, 5 de febrero de 2017
DESANGRADO
¿Qué era ese ruido? Parecían bombas que estallaban destruyendo las casas. Me asomé a la ventana y vi derribarse la casa de al lado. Ésta no era mi ciudad. En mi país no había guerra. ¿Cómo había llegado aquí? Ayer me acosté tras haber gozado con una espléndida luna llena. Entonces ¿qué hacía aquí? ¿Estaba soñando? Pero, no, el niño que sangraba bajo mi ventana y lanzaba gritos de dolor era tan real como yo mismo. Del cielo, donde no lucía el sol, seguían cayendo bombas. Al final de la calle aparecieron unos soldados. Sonaron dos disparos. Uno de los soldados cayó al suelo. Los otros empezaron a disparar a todo lo que se movía. Los cristales de mi ventana estallaron en pedazos. Protegí con mis brazos mi cara. Sentí un fuerte dolor y vi como de mi mano manaba abundante sangre. Varios trozos de cristal se habían clavado en ella. Me aparté de la ventana para buscar algodón que parara la sangre. Pero no encontré nada porque no había botiquín ni nada que se le pareciera. Con cuidado me arranqué los cristales y me tapé las heridas con un trapo que hallé encima de una vieja mesa. Fuera continuaban los disparos cada vez más cercanos. Los soldados se acercaban. No sabía qué hacer. ¿Huir? ¿Quedarme? ¿Huir a dónde? Si salía me dispararían. Si me quedaba, tal vez, pasaran de largo. Tampoco me atrevía a mirar por la ventana. Si lo hacía, tal vez, me alcanzara alguna bala. No pasaron de largo. Entraron en mi casa. Escuché disparos y gritos de dolor. No sabía dónde esconderme. No tenía mucho tiempo. En unos minutos abrirían la puerta de mi habitación y me dispararían. Bajo la cama no era un escondite seguro. Solo tenía una salida saltar por la ventana. Pero si lo hacía en la calle tampoco estaría a salvo. Se abrió la puerta. Salté al vacío. Una bala me alcanzó en la espalda, otra en el pecho. Quedé tendido en el suelo desangrándome. Los vi alejarse al tiempo que mi vida se apagaba. Aquí terminaba todo. Aún no sabía porqué estaba aquí. Ni nací aquí. Ni crecí aquí. Ni vivía en este infierno. Pero sin saber ni cómo ni porqué aquí moría desangrado.
JOSÉ LUIS RUBIO
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