Vuelvo a ti mujer, por los mismos caminos,
donde se arruga tu piel,
ahí, entre las huellas de las tantas manos
que te han tocado y que se han quedado
como relieve de tu pasado.
Todavía late el huerto
de azucenas en tus pechos,
un acantilado en tu vientre,
la marea furiosa y tu proa a la deriva.
No sé sí estás aquí porque lo has querido
o simplemente era tu destino,
¡Qué importa! Estás aquí,
ellos se llevan poco a poco tus flores,
pagan tu vago oficio y tú,
meriendas el artificio de los muchos besos,
tu boca tiene el perfume de los jazmínes,
eres hoja caída del árbol de abril,
tu nido preña los antojos
del que te adora o el que te despoja
de tu dulce mirada soñadora.
Te aman a destiempo y hacen de tu cielo,
el punto preciso del infierno
¿Quién dijo que hacías mal? Amas de más,
así lo creo,
no ha de ser fácil vivir en eterno pecado,
ni de llevarte todos los demonios al acostarte.
Eres fruta jugosa todavía, todos beben el elixir,
porque es néctar suculento,
te exprimen y te devoran
y mientras cierras los ojos,
la herida duele, no hay antídoto para curarla.
Ellos no te quieren para madre de sus hijos,
no eres la que espera junto a la madreselva,
ni la que sirve la cena, pero eres en cambio,
la que está en medio, la que llena sus fantasías
con los ojos abiertos, la incondicional,
la que hurga y se vuelve mariposa
de mirada libidinosa.
Vuelvo a ti mujer, desde mi canto solidario,
no sé que llevas sobre tu espalda,
ni qué peso lapidario te mueve las entrañas,
pisas el polvo de los arrabales
o de las altas esferas sociales,
pero estoy segura, llevas en tu traje,
más que el olor del vicio,
más que los andrajos del bullicio,
un corazón, que en el fondo es claro y cristalino
y nadie jamás, ha podido contemplarlo.
Por eso quiero que mi canto inmole el sufrimiento
de las horas que no te corresponden,
comprendo tu vergüenza, cuando te señalan,
no eres libre de andar por las calles
como todas las otras. Te desnudan con la mirada
como todo lo que se compra
y más de una te mira con íntima endivia,
por las artes que dominas.
Me das pena, no como ofensa sino como herida,
imagino el peregrinar nocturno de tus pies descalzos,
a la misma hora en que bendigo la frente de mis vástagos
y sin embargo, es la misma estrella,
la que insiste en alumbrarnos.
Te llaman de todo al humillarte ¡Mujerzuela!
y se olvidan que te han parido
como pare una madre lo más querido.
Fuera de las luces, imagino la sencillez de tu alma,
tu don divino, la ingenuidad de tu sonrisa...
De todo hay en este mundo. Existes porque los hombres
insisten en pagar el placer
que las devotas esposas, les niegan al querer.
Tus senos, como palomas en vuelo,
incitan a morder... eres fruta de mayo
y tienes, a pesar de todo,
el perfume de los lirios
atrapado entre tus manos.
Norma Pérez Jiménez -México-
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