Un ruido. Unos pasos. Volví la cabeza. Nada vi. Seguí caminando. A unos metros estaba mi casa. Nuevos ruidos. Un coche se acercaba. Vi las luces frente a mí. Me detuve. Dejé que me sobrepasara. Lo vi alejarse. Era rojo. Llegué al portal de mi vivienda. Abrí la puerta. Encendí la luz de la escalera. De nuevo el ruido. Sentí un roce en el brazo. Un roce caliente, muy caliente. Un roce que quemó mi piel. Pero no vi a nadie. En la escalera solo estaba yo. Miré mi brazo. Junto al codo había una mancha roja. ¿Qué la produjo? Allí solo estaba yo. Me toqué la mancha. Los dedos enrojecieron. La herida era real. Pero, ¿qué la produjo? Seguía estando solo. No rocé con nada durante mi paseo. Pero la herida estaba en mi brazo y sangraba. Subí las escaleras. Abrí la puerta de mi casa. En el cuarto de baño curaría la herida. La estudiaría minuciosamente. Tal vez así descubriría que la produjo. Con un algodón empapado en agua oxigenada limpié la herida que ahora se había extendido por todo el antebrazo. Llegaba a la muñeca. Al entrar en contacto con el agua sentí un fuerte picor en todo el brazo. Era inaguantable. Me froté con el algodón. El picor aumentó. La herida seguía avanzando. Me cubría la mano. Tenía que buscar algo que calmara la picazón y detuviera el avance de la mancha. ¿Pero qué? Abrí el botiquín. Cogí un tarro de aleo vera. Era el mejor remedio para las quemaduras. Tal vez allí estuviese el remedio. Rocié la herida con unas gotas. El picor decreció y la herida retrocedió. Volvió a su estado inicial. Cesó el picor. Miré de nuevo la herida. Tenía el aspecto de una quemadura de cigarrillo. Pero era algo distinto porque las quemaduras no sangran y aquella herida, sí. Mis dudas seguían sin resolverse.
Mañana acudiría al hospital. Tal vez allí supieran encontrar el origen. Allí tenían medios para un análisis completo. Ahora, al no sentir el fuerte picor, podía esperar unas horas. Dormir me tranquilizaría.
Al despertar las sábanas estaban manchadas de diminutas gotas de sangre. La herida seguí igual. Espero que en el hospital tengan un remedio para cortar la hemorragia.
Bajando las escaleras recordé que aquí noté el roce en el brazo. Me paré. Quería descubrir que me causó la herida. Nada vi. Toqué la pared. Totalmente lisa, sin ninguna arista que me hiriera. Miré al techo. No advertí ninguna humedad. Tampoco allí estaba el origen de mi sangrante herida.
Salí a la calle. Hacía calor. El hospital estaba a unos quinientos metros. Un ruido. El mismo de anoche. Miré a todos lados. Estaba solo. Seguí caminando. En unos minutos llegué al hospital. Cuando me preguntaron por mi dolencia mostré el brazo que sangraba. Un ATS trajo el material para hacerme una cura. Miré el agua oxigenada y recordé. ¿Volvería la quemadura a crecer al contacto con el agua? Nada más rozar el agua la herida empezó a extenderse. Sujeté la mano del ATS. Le pedí que buscara aloe vera si quería curarme la quemadura. El picor era insoportable. Iba ya por la espalda. Avanzaba rápido. Apreté los dientes. El grito se quedó dentro. Si no me aplicaba el aloe el dolor acabaría conmigo. No aguantaba más. Estaba a punto de desmayarme cuando vi acercarse al ATS con un frasco de aloe. Poco a poco todo volvió al estado inicial. El picor cesó. Tocaba tomar unas muestras para saber el origen de aquella herida. En una hora estarían los resultados…
JOSÉ LUIS RUBIO
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