En una charca cualquiera
una ranita croaba
mientras chorreaba la baba
por un príncipe que afuera
dormido por muchos años
descansaba bien vestido
sobre la grama tendido
por maleficios extraños.
Contaban en la ocasión
que una bruja lo hechizó,
porque el príncipe le envió
su hija mayor a prisión,
y que tan solo un batracio
si le besaba en los labios
rompería aquellos agravios
retornándolo a palacio.
La rana se volvería
una princesa al instante
y por gratitud galante
con ella se casaría.
Pero que antes de ese beso
debía rezarle al oído
la letanía sin sentido,
que escribió para el proceso,
esa bruja sin entrañas
con letra escrita con llanto
que nos llenarían de espanto
al ver cosas tan extrañas.
La rana se saboreaba
viendo tan rosada boca,
y sentía volverse loca
si en ella no lo besaba.
Ella no sabía de embrujos
porque no hablaba el idioma,
menos leer tal diploma
por ser ajena a los lujos
de escribir y de leer,
y así, cerrando los ojos,
le dio rienda a sus antojos
de al príncipe poseer.
Lo besó con ilusión
sin recitar el conjuro,
y al instante y sin apuro
creyó morir de emoción.
El príncipe respiró
convirtiéndose en un sapo,
y ella al ver sapo tan guapo
su consorte lo volvió.
Las cosas salieron mal:
el príncipe no croaba,
y en cambio a ella la odiaba
por dejarlo como tal.
Y la bruja satisfecha
ya bien entrada en edad,
al disfrutar su maldad
sintió como si una flecha
atravesara su pecho,
cuando un repentino infarto
la dejó cual un lagarto
fría y verde entre su lecho.
Sergio Alejandro Camargo Patarroyo -Colombia-
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