jueves, 3 de marzo de 2016

CORONA VACANTE


El hombre que puede, es rey.
Thomas Carlyle.

Soy un hombre de fortuna. En realidad, heredé a una tía. Y desde entonces me he dedicado a la filantropía. Conmigo mismo. Así que viajo por el mundo. He decidido recibir el advenimiento del siglo XX donde me pille. Nada de hoteles de lujo, prefiero mezclarme con los locales. Probar sus
comidas, hartarme de sus alcoholes, sus drogas. Entregarme a la voluptuosidad de sus mujeres. Me tengo por un humanista. Y así lo conocí. Me lo topé barriendo el patio de un lupanar. Descalzo, pantalones cortos, la piel requemada. Lo confundí con un nativo y no le presté mayor atención. Me
disponía a atacar a un jugoso bistec de buey cuando inesperadamente me increpó en nombre una desconocida prohibición de comer y beber sangre. Aunque su acento era gutural, y por momentos
incomprensible, alguna vez había sido súbdito del Imperio británico. Para su horror, mastiqué mi carne con placer. Tenía algo de trastornado y santo a la vez. Por las prerrogativas de mi abolengo y unas cuantas rupias, conseguí que la madama me lo prestara para charlar. Le serví una ración doble de licor y le pregunté por tan curioso anatema. Soltó frases incoherentes sobre el Predicador de la Ley. Pensé en otro desvarío religioso tan a la moda. Pero me equivoqué. Habló de un naufragio, de una isla, de un médico que era un místico pero también un depravado, que experimentaba con animales vivos. Describió una colonia de seres monstruosos que se regían por la Ley dictada por el doctor ese que, además, se creía un dios. Se río de forma malsana.
«Tanta divinidad no impidió que los felinos mutantes al final se lo almorzaran», me dijo divertido. Siguió bebiendo y ya borracho, llorisqueó mientras relataba su rescate por un barco fuera de rumbo y la furia de tener que fingir para evitar el manicomio. Se durmió, murmurando incoherencias, con la
añoranza del inocente salvajismo. El pobre miserable nunca supo cuánto cambió mi vida. Abandoné el libertinaje. Me compré un velero y cartas de navegación. Estoy determinado a encontrar la isla de los hombres-bestia. Quiero ocupar la corona  vacante. Voy a darles una nueva moral, un nuevo orden. Voy a ser su dios.

Pablo Martínez Burkett (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 147

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