Tienes un vientre pergeñado
de hierro, tiempo y sangre
tierra roja que me lloras
río abajo
igual que una madre desvaída
al partir de sus hijos
a alterados e inciertos destinos.
Agreste tu piel rocosa, cual caparazón
que se sobrepone al carmesí y laxo estigma
de una brecha en tus entrañas
para vaciarte del preciado diamante
y ladera fuera, descienden tus lágrimas
un salitre sulfuroso, un macilento ambarino
que descuelga sembrado de rieles el paso
perdido del hombre adolorido.
Quiero pensar en tus vástagos
creciendo lejos, amasando sabiduría
enriqueciendo sus seres y sus almas
con la sapiencia necesaria
para no claudicar al monetario aval
siendo abeja que florea
disemina su polen, esparce su savia
cosechando palmo a palmo
cada espacio intransitable
licuando cada centímetro de vida
en un vergel donde el existir sea digno.
Quisiera un día, sentarme junto al minero
escuchar sus historias en sepia
y verle sonreír porque la paz habrá llegado
con la vuelta al pueblo, a la franja
de ese otro habitante, de ese otro tú
que ruega, engrandece y crece
compartiendo la riqueza, la paz y el sosiego
sin contiendas entre hombres y hermanos
ni arreciadas prebendas contra la tierra
sólo espacio, sólo tiempo, donde la voz sea dueña…
Santiago Pablo Romero -Trigueros-
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