martes, 2 de febrero de 2016

NUESTRO DESTINO


Como dos fugitivos nos embarcamos en el desvencijado navío y nos lanzamos a los mares con pasión suicida, libres de ataduras y de equipajes. Nos aventuramos por los más remotos e inhóspitos caminos con firme decisión, sin miramientos ni remordimientos, sin preocuparnos por nada, más que tenernos el uno al otro, estar juntos, vivir, aunque fuera sin rumbo; poder abrazar nuestros cuerpos, besarnos con las caricias del viento de la noche, y un cielo cubierto de estrellas como único manto; mirarnos a los ojos en silencio, alumbrados por la tenue luz de la luna, que desde el lejano firmamento nos espiaba envidiosa, mientras sobre nuestras cabezas revoloteaban las gaviotas, contemplando tan tierna escena, celosas; clavar mi codiciosa mirada en tus hermosas pupilas, antes de que un arrebato de deseo nos llevara a sellar nuestros labios en prolongados y ardientes besos; incrustar mis dedos en tus rizados cabellos, en esa oscura melena que provoca al aire enfurecido y me seduce con su atrevido desafío; mesarte el pelo, rozar tus delicadas mejillas de piel canela, mecidos por las juguetonas olas, por el relajante murmullo de su fragor. Las escuchábamos romper contra la pequeña embarcación en sordos quejidos, y la afrodisíaca espuma saltaba frente a nosotros, de pie en la proa, junto a la barandilla, y nos bañaba con sus frías aguas. Acaso nos estremecíamos, pero ello nos servía de pretexto para acercar más nuestros cuerpos, para pegar aún más mi torso contra tu pecho.

Así transcurrieron innumerables días con sus inolvidables noches, tiempo eterno en que cruzamos los anchos océanos, yo con los fulgurantes destellos de tu alma y con la dulce melodía de tu voz como mis únicos guías; vos, abandonada a mi placentero delirio de amante perdido, dejándonos llevar por nuestros más ardientes instintos, en un viaje que tenía el amor como inicio y único destino.

Mas llegó el día en que tuvimos que despedirnos del triste navío. Sus carcomidas maderas se nos hacían demasiado angostas, y el embriagador canto del mar terminó por seducir a nuestros espíritus enloquecidos. Con el mismo arrojo con que habíamos zarpado nos sumergimos en las profundidades del océano. Vos, mi sirena amada, me llevaste por sinuosos senderos de algas y bancos de corales donde finalmente pudimos entregarnos el uno al otro, gozarnos, sin pensar en el mañana, sin miedo a morir, sin miedo a nada.

JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ

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