A estas negras horas
se pasean los sueños
por las calles de la noche,
arrastran sus pasos
y en las esquinas
se paran junto
a los borrachos
de la soledad.
A estas horas
el silencio
se traga con sorbos oscuros
de alcohol
y se vomita el recuerdo
por los negros callejones
del tiempo.
Un hombre grita
y sentencia
mientras las avenidas
se llenan de pasos de
escarcha
y se apagan las casas
y las agujas del reloj
se esconden en los horizontes
del alba.
Un día más no es suficiente
aún hace falta
abrir las tumbas, desenterrar
los años,
tomar el camino y perderse,
mirar a los ojos de la muerte
y rezar
la última plegaria.
Todavía queda engañar
a la razón
el último juego, la última
voz y su aliento
antes de transformarse
en la sombra del aire,
antes de que la luz
primera
se estrelle en los tejados
y el gallo grite su primer
canto.
Aún toca esperar
mientras persisten los recuerdos
en golpear los cristales
del agua
y una lágrima
se empeña
en recorrer kilómetros
cuadrados
de piel.
Asomarse al abismo
de la noche
sin vértigo de nostalgia
ni el nudo amargo
de la tierra
en la garganta.
A estas horas,
oscuras y lentas,
se pasean los sueños
por las calles de la noche,
y las agujas del reloj
se pierden en los horizontes
del alba.
Isidoro Irroca
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