En una noche oscura,
nublada y sin estrellas,
una luz fugaz,
apareció
sin previo aviso,
en el letargo
de mi monotonía,
y cuál certero láser,
atravesó el corazón
del alma mía.
Era la suave brisa
de otoño,
un tibio haz de luz
y esperanza
en el invierno
de mi vida,
iluminando
entera mi alma.
Luz imponente,
majestuosa
y rutilante,
explosión de júbilo,
encendiendo
en un instante
la pasión de mis
quimeras,
y aplacando de golpe
las intrincadas
marañas de mi alma.
Espectáculo único
y sin parangón,
espléndidas
luces artificiales,
lluvia de meteoritos incandescentes.
Luz boreal en el ocaso
de mi existencia,
y tributo deleitable
a mi corazón
de ti locamente
enamorado.
No era temporada
de primavera,... lo sé.
Tampoco el resquemor
del estío,... igual...
Sin embargo cada luz,
cada color,
cada destello reluciente,
cada descarga azul,
cada detalle,
cobraba vida
y todo,... todo,...
tenía sentido para mí.
Mi enmohecido
corazón despertaba,
tras larga hibernación
del letargo de mi rutina,
y suspensión inanimada,
hacia un nuevo sol
de abril,
y una luna nueva,
y una nueva luz.
Yo muerto era,
y por vez primera
y a la vez postrera,
tu incandescente luz,
me volvía a la vida.
A partir de ese instante,
por ti viviría,
- cruel paradoja -
al mismo tiempo,
por ti de amor moría.
George Rivas Urquiza -Perú-
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