Nací allá por el año 2015, hace seis largas décadas. Con objeto de paliar la irreversible contaminación del agua dulce, la epopéyica operación de los TAEES (Trasbordadores Americanos Espaciales
Supra-térmicos de Excavación) para extraer hielo del lado oscuro de la luna se vio tocada por la catástrofe. Uno de ellos cayó al mar micronesio, extensión que aun (a pesar de la riesgosa situación)
considero mi lugar en el mundo. Los marinos bien sabemos que la luna regula las marejadas, pero el glaciar lunar aquí precipitado contaminó estos mares de siniestra manera. Un tiempo después de
haber sobrevivido al Tsunami supe que los oceanógrafos descubrieron la formación de un río submarino que jamás se dignaron a investigar. Navegando he visto cosas difíciles de creer, incluso con los variados objetos probatorios que atesoro. Restos de emblemáticos navíos y aeronaves militares y comerciales, más una nutrida dotación de pertenencias de sus respectivos tripulantes que no puedo considerar del todo muertos. Cuando la luna se muestra llena, la mar se remansa hasta quedarse casi inmóvil, entonces al rato esa especie de arteria gélida y oscura junto con esos islotes emergen entre una bruma espesa y palpable, similar a las babas del diablo. Lo mejor es no detenerse pero tampoco acelerar demasiado el “tibio”. En cuanto uno ve que esos seres van poniéndose de pie, la experiencia resulta más dolorosa que fascinante ya que se nota que alguna vez fueron humanos. “Soñamos que dormimos en la luna” uno de ellos me dijo. Parecen sirenas sonámbulas por una paz
inquietante que termina por aterrarte cuando te miran con esas cuencas vacías.
“Todos tenemos un lado oscuro, que nos gotea, que nos mancha.” Me dijo otro, un piloto nazi mientras intentaba obsequiarme su gorra como recuerdo. Personaje que tras omitir mis advertencias tuve que atravesar con el arpón para que dejara de mascar el casco del barco o de mi “Tibio” como los marinos acostumbramos a llamar a nuestros domicilios flotantes. Excepto un puñado de personas, el mundo ya no tiene ni tiempo, paciencia, ni coraje para creer en los inframundos de nuestra
inmaculada luna.
Sebastián Ariel Fontanarrosa (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 145
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