Nada más entrar en la posada teníamos que quitarnos los ojos y dejarlos en unos cuencos portalentillas,
enseguida pasábamos a un angosto cobertizo en dónde un mayordomo con muescas de dragón nos deseaba buena suerte,
a pesar de estar ciegos nuestros sentidos, alerta,
nos informaban de qué pasaría,
éramos miles, millones de personas a cual más disparatada y expectante,
dirigidos por las carcajadas lascivas del mayordomo que tenía una levita con dibujos infantiles de órganos sexuales,
caímos en un pozo ciego.
Súbitamente pareció que todos estábamos drogados,
nuestros dedos tocaban paredes y cristales
y nos llevábamos a las fauces puñados de llaves de diferente tamaño.
De pronto sonaron campanadas
que nos recordaban el olor de la lluvia en la infancia,
se hizo la luz
y desorientados,
cesó una música ensordecedora que no habíamos oído antes
pero que había taladrado nuestros tímpanos
que sangraban como odres de tomates aplastados.
Nos apoyamos en un rompeolas de alabastro
y continuamos nuestro enajenado camino,
eso fue todo.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
No hay comentarios:
Publicar un comentario