Emanan de la tarde
vastos murciélagos de sombra
que, al pairo del crepúsculo,
anticipan el cerco de la noche.
La calle se concibe como
claro de luz artificial
y procelosa vida.
Sobre un clamor ferviente
de variada naturaleza,
los árboles modulan en sus copas
placideces de viento.
Pero tú, ojo mustio, banco
entristecido de la casa,
desoyes el clarín de este concilio
y escuchas en las hojas
no un fervor verde de músicas,
sino un llanto de ceras, un esputo
agrio de lenguas amarillas.
Después, al dorso de la sombra,
bajo el trino desnudo de los pájaros,
el alba irrumpe en mí con
lentas hojas de otoño.
Del libro Hojas lentas de otoño de
Mariano Estrada
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