Agazapados como serpientes beodas,
nadie cree en nadie.
Girando en los bolsillos pedazos incandescentes de luz,
nadie cree en nadie.
Hurgando a puñetazos en la desidia del joven nadie que fui,
nadie cree en nadie.
Creyendo que nuestro lugar está siempre en otro lugar,
nadie cree en nadie.
Alejándonos de nosotros mismos y de la fe de otros,
nadie cree en nadie.
Haciendo cola en busca de la nostalgia,
nadie cree en nadie.
Siendo cómplices de nuestras propias mentiras,
nadie cree en nadie.
Rebotados del sociólogo topetazo de la pila bautismal,
nadie cree en nadie.
Con el cráneo desdoblado entre sombras y desidia,
nadie cree en nadie.
Abriendo y cerrando puertas que tropiezan siempre con las mismas paredes,
nadie cree en nadie.
Invitados a la fiesta de la eterna despedida,
nadie cree en nadie.
Repitiendo ilusiones dentro de un pozo ciego,
nadie cree en nadie.
Escapando a cada instante de mí mismo,
nadie cree en nadie.
Rota la espera,
nadie cree en nadie.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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