sábado, 26 de septiembre de 2015

LA ALEGRÍA NADIE ME LA SUPO ENSEÑAR


Me preguntaste:
¿Por qué no sonríes ?
Quiero fotos sonriendo.
- No me gustas serio.
Entonces comprendí,
lo que hasta ahora
no había advertido en mí.

Revisé mis álbumes
y muy pocas eran
las fotos mías sonriendo.
¡Dónde, cómo, cuándo,
o por qué no lo sé!

Hurgando en los vestigios
De mi pasado,
encontré a mi madre,
Triste callada y sola,
y ella la alegría
no me la supo enseñar.

Mi padre era minero,
y venía a casa
una vez al mes.
Mi madre 17 años tenía,
y mi parte veintitrés.
Ella siempre estaba sola,
ella siempre estaba triste.

Mis abuelos maternos
vivían cerca,
pero la habían
defenestrado,
por haber elegido
a un hombre
sin posición.

Por eso ella
siempre estaba triste:
por la ausencia
de mi padre,
y por la indiferencia
de los suyos.
Me tenía a mí,
me amaba, lo sé.
pero era a mi padre
a quien extrañaba.

Cuando me hablaba de él,
su rostro se iluminaba,
y sonreía.
Miraba el horizonte
por donde él solía aparecer,
y se ponía a llorar.

Siendo yo el mayor
y el único,
en aquel entonces,
con cada pincelada
de sus lamentos,
esculpió en mi alma
su tristeza.

Mi alma se solidarizó
con su tristeza,
de los pies a la cabeza.
Yo siempre jugaba,
yo siempre reía,
pero la tristeza,
no se grabó en mi alegría,
sino en la frente mía.

Patrón óseo y pétreo,
por siempre y para siempre.
Por eso hasta hoy,
en cada instantánea,
se petrifica mi rostro,
porque vuelven
los recuerdos
y las cadenas del ayer.

No quiero descubrir
mis alegrías,
porque están ocultas
dentro del letárgico
estupor de mi tristeza.

Por eso escribo
cosas tristes,
por eso de cuando
en cuando,
al escribir mis versos,
mis inspiraciones
y mis sentires,
en ocasiones sangro,
y otra tantas,
de emoción lloro.

Mi padre ausente,
mi madre siempre sola,
y siempre triste.
Aprendí con ella,
el caro
precio del silencio,
y la dura moneda
de la indiferencia.

Mi madre
amaba a mi padre,
y él la amaba también.
Me hablaba de él,
le brillaban los ojos
y sonreía.
Tras un largo
y prolongado suspiro,
miraba el horizonte
por donde solía llegar,
y sus lágrimas,
empezaban a rodar.

George Rivas Urquiza -Perú-

No hay comentarios:

Publicar un comentario