Amanecía
una de tantas mañanas,
suave y dispersa
por los rayos del sol;
tras el confín de unas atalayas
se ocultaban firmes
unos bosques inmensos.
Sobre la hierba
se divisaba con asombro
el futuro
que intentaba sobresalir
al igual que rondar
oportunamente el despertar
da tu amada y compañera.
Un abeto brotaba
de las entrañas de las piedras,
y abrigaba
con sus ramas
el paso de espaldillas
que crecía formando
un abanico de destellos,
cerca de la cumbre.
Desde
lo alto de la misma
se veía con gran furor,
una espesa capa de niebla
que esmorecía...
hasta formar un prisma
de una imagen sombría;
que se fundía en el atardecer del día.
JOAQUÍN LOURIDO ANDRADE
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