Una grieta en mi pecho se levanta.
Dejando cicatrices, recorriéndome la espalda.
Unas manos, garrotes y una voz entre palabras que prometían el más fiel de los amores, se suicida en la nada.
Uno, dos, tres golpes morteros al corazón. Verde la luz al final de mi camino. Supe de inmediato que venias a buscarme.
La gota de tu amor rompió los cristales del silencio. Manantiales inundaban las arterias de mi cuerpo. Huyen ángeles, cupido lanza su flecha desde lejos. No le atinó al corazón, lastimó su ego.
Los corazones no sienten, ni padecen, ni perdonan. Son como rocas lanzadas al baúl de los recuerdos. Dejan de latir mientras caen al abismo del tiempo.
La misma grieta quiere cerrarte. Te hace inmune al amor, a los sueños, a la poesía, a los versos.
Es la página en blanco del autor anónimo del libro de la vida misma. Ese que con solo tapices te cubre en sueños.
Uno, dos, tres golpes más. La grieta va cerando. No hay paso al amor, a las caricias, los besos. Las promesas en un pomo cerrado con cerrojo duermen. No hay quien despierte a la mentira. No hay quien sane tal herida.
Como una roca, agrietada, mustia, triste. Le cubren gotas de sangre ya secas. Manchas que ni el tiempo a borrado. Se sabe que una vez estuvo allí. Queriendo abarcar un mundo de promesas que jamás se dieron.
El camino es más largo. La cicatriz ya me enrolla la piel. Como un órgano mayor. Un estruendo abre de nuevo el pecho. Un ave fénix lanza su último canto y varios latidos se repiten, sonoros, melancólicos.
La luz al final del camino se apaga. En el túnel de tu amor me pierdo. Y aquella roca hoy lanzo de nuevo. Me golpeó fuerte el corazón, hoy mueren los sentimientos.
Mayra Leticia Ortiz Padua
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