La vejez del espejo se parece a la mía,
solo que él envejece
con elegancia y sabiduría.
De este lado del espejo
un hombre se hizo poeta
y canta la dulce alegría de su tristeza.
Del otro lado del espejo
el alma de ese poeta
lo mira condescendiente:
Para su dueño no hay
ni infierno ni paraíso.
VÍCTOR DÍAZ GORIS -República Dominicana-
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