Todos los perros ladraron,
nos vino un escalofrío.
Inconscientes,
de las brujas que quemaron,
de los muertos en el río,
impacientes.
Las guerras inmaculadas,
los designios imprecisos.
Laceradas
nuestras vidas desgastadas,
esos milagros concisos,
en bandadas.
Sol de noche prematura,
luna de pálido agobio.
Perteneces
a esa clase de ternura
de chica que está sin novio,
mal con creces.
Dejaron ya de ladrar,
la sombra pasó deprisa.
No dolieron
las ojeras de mirar,
el placer en la repisa,
ya se fueron...
Julio G. del Río -Valencia-
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