Cada vez que se esperanzaba, sentía la cercanía de la desesperación. Como sólo se podía desesperar quien espera, aquella mañana, cuando notó la cercanía de la desesperación, confió una vez más en que la esperanza no se hallara lejos. Y, esperanzado, aquel día tampoco se desesperó.
Del libro El espectáculo más hermosos de
SALVADOR ROBLES MIRAS
Publicado en Los libros de las gaviotas
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