El marino
ancho y bajo
entre el casco y la vela
evoca los rostros con su deshilada túnica
gris y blanca.
Pasa para mí en este minuto
hinchado en un tumulto de enigmas.
Una nube
le rompe la infancia.
El cielo como un tablero de metal
con luz crepuscular
derrama sus hechizos
desvela trémulo
sus latidos heridos.
Dulcemente el marino
ilumina el otro mar.
Desnudo, sin vestidura
desdobla el tránsito
entre el mar y la ribera
las distancias inclinan sus sueños
a través del olvido.
Corre el marino
en torno a la gloria.
El ritmo viejo de los caminos
entierra los huesos de la luna muerta.
Roza el canto a lo largo de la celda
dónde viene la angustia
entre veleros pintados de nieve y sangre
dónde gigantescas olas tatuaron su palabra
dónde nadie oye su prisión de tortura.
El marino en el río
llora su tierra extraña.
Contra una roca,
en su sillón ataúd
su distancia en nudos
se había juntado sin respaldo,
su vida en fuego,
con sus colmillos
en el lecho del mar.
El marino duerme
en un mar hecho de hielo.
Tierra y marea sin superficie
ascienden unidos a su estrella
cantan entre niebla y patrones
con la proa clavada en sus arterias
asciende por los túneles de la mar
sin morada, sin dialogo.
El marino resplandece
sumergido en su transparencia.
En la ventana de sus sueños
cuantos robles allá en el fondo del mar
siembran con doncellas y mujeres
la sequedad de la huerta
entre los lejanos silencios de la mañana.
El marino altivo
pálido entre sus raíces.
Llega su ternura
grande y hermosa,
alargada,
en los rosados labios de las mujeres
chorrean miradas
con un aliento que baja
pegado a sus manos
limpias como los botes enlutados.
El marino en su promesa
encadena las orillas del silencio.
Con su afán
entre arrugas
se entrega iluminado
entre arrecifes,
y se desliza
entre los últimos vientos
en el fondo de las penumbras
desplegadas en las arenas últimas
que nadie quiere ver en su tumba.
Manuel Vílchez García de Garss
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