La dramaturgia es el diálogo artístico por excelencia entre creador y sociedad: cuando en la composición dramática dialogan los personajes, dialoga implícitamente el dramaturgo con su
contexto.
El ser humano, aunque transita un camino de perfeccionamiento como especie, dista mucho de lo humano ideal. Esto es más que evidente y se expresa no sólo en el conjunto de las relaciones humanas de nuestro planeta, muchas injustamente trágicas, sino, primero, en el transcurrir y las acciones de cada vida.
El arte, en este caso la dramaturgia, engarzando (salvo una u otra excepción) los eslabones de la exposición, el nudo y el desenlace, tiene como tarea esencial el recrear desde el texto dramático: los conflictos y contradicciones, las fuerzas en pugna, los propósitos y los obstáculos de la existencia, los sucesos singulares de las relaciones y la comunicación humanas, todo para contribuir al mejoramiento humano y como materia atrayente a ser finalmente moldeada al montarse y representarse sobre escenario.
La dramaturgia, desde su poética, su técnica y sus sugerencias de representación, debe iluminar de nuevo lo quizás ya tantas veces iluminado, arriesgarse a iluminarlo a plenitud; iluminarlo críticamente en su complejidad y en sus matices, en sus zonas más incomprensibles y en sus zonas más recónditas, y en aquellas particularidades y circunstancias tal vez en otras ocasiones
pasadas por alto.
La dramaturgia, desde uno u otro tema, argumento, lenguaje, estructura, estilo, objetivos, además, debe ser: sagaz y lúcida, muchas veces analítica y vaticinadora, otras, o a la par, lúdica, capaz de experimentar, y siempre sorprendente; debe ser: llamada de atención, de conciencia, de decisión, de acción; todo como arte, como belleza, originalidad, innovación, maestría, profundización e irradiación.
La dramaturgia tiene que cumplir, desde la más amplia información y formación posibles del dramaturgo como ser social y profesional, con su responsabilidad crítica en tanto que arte, con su tarea de revelar errores y enigmas, encuentros y desencuentros, aciertos y retos; y mostrar, recreándolas, áreas escondidas de la realidad e imprevisibles puntos de partida, destrenzando,
por medio de sus personajes, ideas, sentimientos, sensibilidades, hechos e interacciones, energías sospechadas e insospechadas.
Cada vez más los dramaturgos deseamos que la dramaturgia, el texto literario dramatúrgico creado, pueda coincidir en lo ideológico y en lo ético, más que en lo estético, con quien o quienes la
conviertan en representación teatral.
Francisco Garzón Céspedes
Publicado en 15 dramaturgas iberoamericanas
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