Tal vez me precipite.
Me indigna ver como se viste
la palabra de estúpida altivez.
Vanidad de vanidades.
Ridiculez profunda,
innata desde la raíz,
de aquellos que se ven
reflejados en el espejo,
como supremos creadores.
Autenticidad sin equívoco.
Repudio del desnudo
de los otros.
No hay carne, solo hueso.
Y es entonces,
cuando me place recrearme,
en mi tentador vuelo.
Sin querer frenarlo.
Solo porque sí.
Ese sí, que apaga el no.
Diganlo, lo espero.
(te vas a estrellar).
Sonríe mi boca.
Me detengo,
y con toda la honestidad,
de la que soy capaz.
Me placeo, dando una respuesta.
Eso sí. De la forma más directa
que mis letras lo conciban.
Ellas son las dueñas,
de mi voluntad.
Espero que no se molesten.
No cabe en mi impulsiva creación intención alguna
de plasmar con vulgaridad
mi torpe inspiración.
Pero tampoco quisiera caer
en vanagloriarme
de la pureza de la belleza.
Porque no me la creo.
No me la creo.
Nada tan hermoso,
como la libertad de dejar
volar la imaginación.
Aparcar el pudor.
Vaciar el alma.
Desnudar un cuerpo amado
con palabras.
Soñar con la esencia de su piel.
Volar entre delirios de placer.
¡Atrás! ¡Atrás!
Dejen crear.
Dejen soñar.
Dejen brillar.
Dejen volar.
Volar.
Consuelo Jimenez
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