martes, 3 de junio de 2014

UN PUEBLO FANTASMA


Sobre la extensa neblina
que cobija el atardecer
el sol agotado y vago
apenas se dejaba ver

como una pequeña
bola de fuego
que navegaba
por el cielo gris.

Se iba cubriendo
el denso paisaje
de una plomiza oscuridad
dándole paso al anochecer

sombrío, ennegrecido
de aquel poblaje
abandonado en su
cruel destino.

Aún se avistaba la torre
del ayuntamiento
donde quizás algún mendigo
tenía su lámpara encendida.

Los árboles secos
con sus ramajes desnudos
servían de posadero
a los cuervos sus únicos huéspedes.

Todavía se erguía
la horca de maderos
aquella que vio fenecer
a tantos bandoleros.

Las aves carroñeras
descienden en la noche
sobre la fuente reseca
en medio de la plaza.

Apenas si se veían
desdibujadas las casas
como oscuros espectros
esperando a que la niebla

con su espesura siniestra
se las tragara.
Y el sonido del viento
acompañaba los graznidos
de los pájaros.

Desolado, fantasmagórico
cual una postal tétrica
escondiéndose en las sombras
se esbozaba aquella vista.

Y esa vieja carreta
con sus ruedas estancadas
que albergaban murciélagos
y un que otra rata.

En las columnas caídas
la enredadera sedienta
se enroscaba poco a poco
estrangulando su vieja madera.

La noche entró callada
entre susurros y lamentos
quizás de aquellas ánimas
que aún merodeaban

por las sendas confusas
vagantes, solitarias.
Por las calles de este
un pueblo fantasma.

Diana Chedel -Argentina-

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