Esta chiquita tiene ganas de ponerse nerviosa. Más nerviosa. No lee ni medio. Subió alterada, con chispas. Desde que sacó el boleto, tímida, con los ojos al voleo, flaquita e inquieta no logra sosegarse, no posa casi los ojos en ese libro de texto ni en esa figura o foto, no sé, en esa ilustración. Me atrae que nos mire. Podría aceptarse que hiciera el séptimo grado, pero no, ya debe estar en la secundaria, y así, la presumo justa para emborracharla con una gota. Mira, mira, los muchachos tenemos algo, los otros —nosotros— y los de su edad. Mira corto, sin conciencia, “¿qué hace este libro en mi falda?”, lo cierra, un dedo lo inserta como señalador, “¿cuándo me va a pasar algo?”, ¿cuándo le va a pasar algo? Estos huevos pétreos en un jarrito seco sobre la hornalla van a estallar, van a restallar. La restañaría, en mi clínica de muñecas reconstituiría sus pétalos, la insertaría —toda ella como señalador— en el nomenclátor de la sensualidad, le permitiría confiar, ser alguien, confiar en ella, ser ella, acuciarme, acosarme, y de ahí en más subíme al cuerpo, en qué camilla querés, te bajo el alma, atravieso la foto del libro de texto con un alfiler misterioso, admitamos la guerra, bando contra bando, tu crecimiento me preocupa.
Del libro El ombligo oblongo de ROLANDO RAVAGLIATTI -Argentina-
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Hace 10 horas
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