EN LA MUERTE
DE
RAFAEL FERNÁNDEZ POMBO
Rafael Fernández Pombo me revela
el corazón profundo de La Mancha
y en su palabra alta, clara y ancha,
La Mancha, vino a vino, se me enciela.
Que su verso de luz desencarcela
mi mirada y el mundo se me ensancha
en la dura ciudad donde se aplancha
mi sombra a ras de asfalto, plomo y suela.
Rafael Fernández Pombo, nunca muerto;
vivo siempre en su verso renaciente
y con alma de noria musical.
Tan ubérrimo él, viril y cierto
en su poesía hermosa y transparente
donde La Mancha es surco sideral.
UNA
Una palabra, una.
Entre tantas
y tantas palabras
una palabra,
una,
una,
una,
una única palabra,
esa palabra
que tú y yo
compartimos
con devoto
silencio.
ADIOSES
Un universo de adioses,
queriendo huir de sí mismo,
por más que huir y huir quería
seguía atado a sus abismos.
Los adioses, cada adiós
era un llanto contenido
y aquel universo era
un prolongado gemido.
Adiós, adiós, vida mía,
mira cómo me desvivo
en mi universo de adioses
tristemente entristecido.
CREO
Creo en Dios porque creo
en los pequeños
y alegres gorriones.
Creo en Dios porque creo
en la lluvia, en el viento,
en la tierra, en los bosques.
Creo en Dios porque creo
en el sol, en las nubes,
en las rosas azules,
en los blancos jazmines
y en los musicales ruiseñores.
Creo en Dios porque creo
sencillamente en ti,
en la luz de tus ojos
y en el vivo arco iris de tu nombre.
Creo fervientemente en lo que creo
y porque creo, mi amor, en lo que creo
mi alma es un jardín de mil colores
donde la flor amante que es tu vida
señorea victoriosa entre todas las flores.
MEJOR
Mejor no escribo, ¿para qué?
Llorando...Mejor tiro la pluma.
¡Que se la lleve el agua!
Tanto dolor recóndito.
Tanta miseria a cuestas.
Tanta desolación.
Mejor no escribo, ¿para qué?
Callar, callar, callar.
Decirlo todo sin decirlo.
SEÑORÍO
Para mi señorial Axaí, la única
No hay más alto señorío
que tu excelso señorío,
ese señorío tan tuyo,
tan único y tan altísimo.
Que eres tú porque eres tú
señorío de señoríos.
Juan Cervera Sanchís
ROSAS MORENO, POETA Y EDUCADOR
Por Juan Cervera Sanchís
Hay quienes únicamente recuerdan a José Rosas Moreno
por el nombre de una calle. De su poesía, hoy, pocos se acuerdan.
Tampoco de sus fábulas para niños. No obstante ahí están
en las páginas amarillentas de algunos viejos libros esperando
volver a ser leídas.
Rosas Moreno vino al mundo en Lagos, Jalisco, el 19 de
agosto de 1838. Hijo de don Ignacio Rosas y doña Clara Moreno.
Ella era pariente del insurgente Pedro Moreno. José estudió en
León, Guanajuato. Luego en la ciudad de México donde hizo
la carrera de Leyes.
Siendo muy joven comenzó a militar en el Partido Liberal.
Al terminar su carrera profesional en la capital de la República
retornó a la ciudad de León, que él sentía realmente suya.
Ahí hizo carrera política. Fue diputado a la Legislatura de
Guanajuato y posteriormente al Congreso de la Unión. Sería
también regidor del ayuntamiento de aquella ciudad.
Su pasión más profunda se inclinaba hacia las letras. Ejerció
el periodismo político y literario. Colaboró con asiduidad en
los periódicos liberales.
Preocupado profundamente por la cultura y la educación de
las nuevas generaciones cultivó con maestría la fábula. Sus
fábulas para niños le dieron una enorme popularidad en todo
el país.
Nos legó varios libros de fábulas y es una pena que los niños
de hoy no los hayan leído. Durante años fueron de lectura
obligatoria en todas las escuelas de México.
Rosas Moreno está, justamente, considerado como el mejor
fabulista mexicano. Sus fábulas son tan ingeniosas y originales
como las de Fedro, Esopo, Iriarte o Samaniego. Su lectura,
hoy como ayer, nos dejan una sabia enseñanza ya que cada
fábula es en sí una positiva lección.
El año de 1891, ocho años después de su fallecimiento, acaecido
en 1883, José Rosas Moreno recibió un homenaje. Se le recordó
como un admirable educador y un notable patriota. Tal como
se acostumbraba en el lenguaje de la época, uno de los participantes
al acto al referirse al homenajeado manifestó: “Era un hombre
tan modesto y espiritual cual un ramo de violetas.”
Aparte de este piropo que hoy nos suena a románica cursilería
se subrayó:
“Entre los autores mexicano ninguno como Rosas Moreno,
quien puso su talento y sus sentimientos al servicio absoluto
de la patria.”
Así eran aquellos floridos homenajes en el México del
siglo XIX.
Algo que no conviene callar, y que retrata el alma de aquella
época en su concepto y en su praxis, tan diferentes a la nuestra,
es que Rosas Moreno vivió y murió en la digna pobreza de
las mínimas regalías que le dejaban sus libros y lo poco o
casi nada que le pagaban los periódicos donde colaboraba y un
pequeño sueldo que recibía como maestro, ya que toda su
vida dio clases.
Rosas Moreno fue un hombre noble y generoso, aunque
visto desde la óptica actual, en que el desprecio por el humanismo
es cada vez más acentuado, pueda parecer, a los ávidos
depredadores que hoy nos circundan por todas partes, un
ingenuo.
Él pensaba y actuaba en función a la educación misma y no
hacer de esta un negocio con el que ganar dinero y más dinero.
José Rosas Moreno escribió también varias obras dramáticas
de excelente calidad literaria y contenido social, pero no tuvo
éxito con ellas. Excepción hecha con la titulada “Sor Juana
Inés de la Cruz”, que sí fue representaba y aplaudida por el
público culto de la época.
Su colección de fábulas morales fue prologada por don
Ignacio Manuel Altamirano.
La poesía de Rosas Moreno, donde nos habla, en perfectas
rimas consonantes, de tristezas crepusculares y la vida del
campo, así como del retorno a la aldea, nos sorprende de
repente con versos como estos:
“Cada árbol, cada flor, guarda una historia”
Y:
“Errante y sin amor siempre he vivido;
siempre errante en las sombras del olvido”.
Versos que nos revelan una secreta y profunda desolación
y una amargura interior que lo conduce a esta rotunda
conclusión:
“Ni sé, ni espero, ni ambiciono nada”.
Tras el fabulador de cuadros morales y el patriota ferviente
había un hombre reflexivo y solitario, que sabía de tristezas
y decepciones, lo que sin duda es harto interesante y rompe
de alguna manera el cliché que tenemos de José Rosas
Moreno.
Si ahondamos en su médula poética descubrimos a un
ser humano, a un poeta, e incluso a un filósofo de la vida,
muy distinto de aquel que sus contemporáneos dibujaron,
con superficialidad, como “un hombre espiritual cual un
ramo de violetas”.
DE FACEBOOK - 6192 - LECTURAS DE 2024
Hace 1 día
No hay comentarios:
Publicar un comentario