Al ser sorprendido leía El rayo verde, de Julio Verne. La sangre manchó toda la página 50. Nunca sabría si encontraron el rayo verde. Quien lo halló no se atrevió a cerrar el libro. Solo llamó a la policía. Había muchos libros tirados por el suelo. Buscaban algo y pensaban que estaba escondido en los libros. ¿Lo encontraron?
Había muchas huellas en la casa pero posiblemente fueran del muerto. No obstante todas serían analizadas.
En los bolsillos del cadáver encontraron varias notas manuscritas. La primera eran nueve cifras. Podía ser un número de teléfono. La segunda era el boceto de una máquina. La tercera eran dos nombres Azucena y Narciso. Había una cuarta pero las palabras escritas a lápiz no eran legibles. Solo la primera y la última se entendían: Hola… olvídalo. Tratarían de recuperar la nota completa aunque no sería fácil porque el lápiz no deja marcas en el papel.
Tras un cuadro de una playa encontraron otras dos notas. La primera era un dirección de un país americano y la segunda la factura de un anillo de oro de hacía tres años.
En muchos libros había anotaciones, poemas, frases, comentarios y a veces hasta algún dibujo. Quizás alguna de éstas ayudara en la investigación.
En Crimen y castigo anotó: En dos meses mis ojos se habrán cerrado para siempre. No me dejarán vivir mi sueño.
En Cien años de soledad leyeron en la primera página: Mi soledad no durará tanto porque ellos acabarán antes con ella.
Cuando levantaron el cadáver hojearon El rayo verde. En una de sus páginas se leía: Pronto un rayo verde cegará mi vida.
Sabía que le iban a asesinar.
JOSÉ LUIS RUBIO