viernes, 1 de enero de 2016


La niña en su ermita
confía sus quejas
a las fugacísimas estrellas
con el encanto de su voz
en un desparramado empeño
del foco febril de su candidez inocente.

La niña en su ermita
entre requiebros del estío
con un rayo de esperanza
lejos de su destino
arroja sus blancas alas
con ondulaciones sobre la alameda.

La niña en su ermita
de incógnito por la orilla
persigue la mirada de las nubes
impaciente con sus labios
entre dolor y espera.

La niña en su ermita
al llegar la primavera,
empequeñecido su espíritu,
deslumbra su esplendor
con los ojos de su indolencia,
desdeñosa
deja allí
el énfasis turbador
de sus pétalos olvidados.

La niña en su ermita
indecisa en su espacio
con la promesa de dónde vino
sin ventura
trae consigo
ceñida a su espiga
la flor que colma
este día astral.

¡¡Cuidado!!

La ermita es de la niña.
La niña no quiere estar en la ermita.
Quiere ser solo
la blancura capturada de la nieve.

Manuel Vílchez García de Garss

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