viernes, 1 de enero de 2016
HABITANTE ABISAL
La imposición del tiempo suscitó
una atonía empañando el cristal.
Sobre el invierno, torrentes afilados
que imperaron su urgencia desbocada
entre el más desvalido de los rostros
para perseverar la orfandad de la tibieza
anclada en la última batalla perdida:
las aguas que anegaron la pecera abisal
reflotando los enseres desahuciados.
Existió un murmullo, un ritual atávico
cubriendo la oscuridad insondable, oscilante
entre líquenes penitentes de eternidades
sucumbiendo a su aposento diario.
La ceguera fue una altura esperanzada
encima de aguas nocturnas y plúmbeas
que evocaron dioses omniscientes y tardíos
fustigando infiernos tan palpables
como la tenaz negrura submarina
luciendo su ablución en las sombras.
La finalidad fue una torpeza incesante
que azuleó sumisa la cimera de las aguas,
la disculpa rutilante de los estetas
confinados en la arcada de la orilla
capaz de todos los naufragios estériles.
A pesar, experimentado en la profundidad,
el habitante abisal fue cautivo de la brevedad
de todas sus noches fundidas, apagadas
en una luz imposible que esperó
por más que losas acuosas le vivieron
tras la atonía lluviosa del cristal.
Del libro Habitante abisal de MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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