EL LECHÓN
Desde la antigua Roma ya tú eras,
cuando apenas cumplías una luna de vida,
un manjar delicioso, oh inocente lechón.
Favorito eras tú en la imperiosa mesa
de los emperadores de la gloriosa Roma.
Ya desde entonces fuiste
el plato predilecto de la alta nobleza
y, entre los descendientes de los hijos de Iberia,
antes de nacer tú, nonato todavía,
ya eres arrancado del amoroso vientre de tu madre
para ser transformado en plato apetitoso,
me refiero al lechazo sibarítico.
Que sepa el mundo, sí, que sepa el mundo,
oh inocente lechón, la invaluable deuda
que contigo tenemos contraída
y permíteme pues que ponga por escrito,
y cante y cuente al mundo,
la desnuda verdad de tu breve existencia,
a quien mi especie niega,
con bárbara soberbia y hambre irrefrenable,
el posible mañana.
Nunca, nunca serás, oh inocente lechón,
marrana ni verraco, que lechón morirás,
y aquí lo testifico, para adornar la mesa
y la gula halagar de la humana criatura,
tan dada a cultivar antihazañas sin nombre.
Que nunca, nunca, nunca, jamás nunca,
para colmo y extremo de la extrema desgracia,
experimentarás, oh inocente lechón,
el éxtasis supremo del orgasmo.
EL ORGASMO
No hay otro ser viviente en la galaxia,
oh cerdo hermano amigo,
que goce como tú del vivo goce
que es el sublime gozo del orgasmo.
Eres, sí, cerdo-orgasmo
y eres orgasmo-cerdo,
pues, cerdo hermano amigo,
la intensa intensidad
de tu orgasmo intensísimo
perdura un rapto sumo y celestial
de tiempo hipnótico;
que celeste es tu orgasmo,
como si antiguos dioses
y eléctricas potencias y virtudes solares,
dueñas irrebatibles
de una secreta y sabia voluntad,
aún no descifrada
por la voz de la ciencia de vanguardia,
se pusieran de acuerdo
para llevarte, hermano cerdo, amigo,
a las más altas cumbres del disfrute.
Que como nadie, tú, te extasías en extremo
con el néctar del sexo.
Treinta minutos, sí, que son millardos gloria,
dura tu enamorado y fantástico orgasmo,
placer realmente único que ilumina tu carne;
que da a tu magra carne
un sabor divinal, ya que en sí es divinal
la poesía del orgasmo,
motor-cantor, venero, río y mar
por donde, dicha en vilo, a raudales, circula,
con inmortal pasión e infinita alegría,
la fuente incontenible de la vida.
LA MATANZA
Esa muerte que es vida de los otros
extrema tus chillidos,
hasta el extremo infin de la galaxia,
durante el ritual más que sangriento
de la fiera matanza
que tú, tan intuitivo, presientes
con desesperación desesperada
y miedo sin medida.
Que ese miedo, tu miedo hasta el extremo
del miedo ante la muerte,
en vano esperaría de la criatura humana
la mínima más mínima compasión.
Oh cerdo hermano amigo,
ignoras tú ante el pánico
de la muerte inminente
que aquellos que te están sacrificando
serán tus comensales al banquete
de esa tu muerte-vida
y tú te integrarás integralmente a ellos
y pensarás y sentirás y vivirás con ellos
sus pasiones, sus sueños y su arte y su ciencia.
Cerdo que serás hombre y habrás de ser mujer
y, finalmente, humano
por la vía de la suprema alquimia
y el vivo ritual que es la matanza.
Cerdo que serás niño y muchacho serás
y que serás poeta y soñador,
futbolista, astronauta
y también, cómo no,
terrorista y banquero
y, sin lugar a dudas, soldado y policía,
pues la muerte es la muerte y, caben en la muerte,
tu matanza, que es signo de total transparencia,
y así lo testimonia rotunda y bellamente,
ya que bella y rotunda es siempre la crueldad,
y tú y yo lo sabemos, ya que saber es cruel
y es cruel, muy cruel,
oh amigo hermano cerdo,
la vida que, en el fondo, es siempre muerte,
al igual que la muerte es siempre vida.
Gloria pues cerdo hermano a la matanza.
JUAN CERVERA SANCHIS
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