Érase un pueblo llamado Comino Rojo, porque era pequeño y porque sus casas eran totalmente rojas. Rojo el tejado, rojas las paredes, rojas las puertas y rojas las flores. Había una escuela con dos clases: una para los más pequeños y otras para los mayores hasta 12 años. Enseñaban tres profesores: dos chicos y una chica. Uno de ellos de barba rojiza era el director.
Aquella mañana de primavera salían los mayores de excursión al río cercano para estudiar las plantas y árboles del entorno. Al frente de ellos uno de los profesores y la profesora. A las nueve se pusieron en marcha. Sólo tenían que recorrer dos kilómetros. Al llegar a un cruce de caminos se detuvieron. Los profesores ordenaron descansar y se adelantaron cada uno por uno de los caminos para ver cuál llevaba al río.
Los chicos no esperaron y cogieron por el camino que quedaba. Cuando los profesores regresaron vieron que en el cruce no había nadie. Pensaron que habían perdido a los niños y llamaron al pueblo. Se enteraron que los niños estaban perdidos. Pero no quedó aquí la cosa. La noticia llegó a los pueblos cercanos y lejanos. Sonaron campanas. Pero ¿creéis que quedó aquí la cosa? ¡No! La noticia llegó a todos los países del mundo. Sonaron miles de campanas. Pero ¿creéis que todo quedó aquí? ¡No! La noticia llegó a la luna que enrojeció al enterarse. Pero ¿creéis que todo quedó aquí? ¡No! La noticia llegó a los planetas que entristecidos atronaron el espacio. Pero ¿creéis que todo quedó aquí? ¡No! La noticia llegó al sol que lanzó sus más calurosos rayos. Pero ¿creéis que todo quedó aquí? ¡No! La noticia llegó a las estrellas que perdieron parte de su brillo. Pero ¿creéis que todo quedó aquí? ¡No! La noticia llegó a otras galaxias y al universo entero. Todo el orbe creado supo que unos niños de Comino Rojo se habían perdido.
Pero ¿se habían perdido? Los profesores eso creían. Preocupados daban vueltas sin saber que hacer. En unas de las vueltas chocaron y cayeron al suelo donde se quedaron inmóviles.
¿Dónde estaban los niños? Estaban en el río: unos tirando piedras para ver quien llegaba más lejos saltando sobre el agua. Dos, tres, saltos y las piedras se hundían; otros sentados en la orilla con los pies dentro del agua. Ninguno se imaginaba que los creían perdido y que todo el universo estaba enterado. Ellos esperaban gozando de los placeres del río. Como el calor apretaba alguno se dio un chapuzón aunque sabían que los profesores se enfadarían porque lo tenían prohibido.
Con el paso del tiempo empezaron a extrañarse que los profesores no llegaban y era la hora del bocadillo. No sabían que había ocurrido y menos que lo dieran por perdidos.
Al fin decidieron que uno regresara al cruce. Allí encontró a los profesores desmayados en el suelo. Trató de reanimarlos. Les echó un poco de agua y esto los reanimó. Al ver al chico se recuperaron totalmente. La pregunta fue ¿dónde estáis? En el río, contestó el chico, esperándoos.
La noticia de que los niños habían aparecido fue conocida en todo el universo. La luna recobró su color y las estrellas su brillo.
JOSÉ LUIS RUBIO
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