domingo, 21 de octubre de 2018

SOY SÓLO EL QUE NO QUIERE NADA...


Soy el que no quiere nada. La verdad no me interesa. La mentira me guarda sus tesoros más sórdidos, y me provoca ir y cogerlos, ser parte de su sombra, pero mi corazón no está hecho de dudas, juega y se detiene cuando arrecia la tormenta, y se desnuda cuando habla, cuando quiere contar su verdad, y no la verdad de otros; porque mi corazón trabaja con prudencia, y a veces perdona y se enorgullece tanto, altivo como un milagro sostenido, mirando sin mirar, buscando en cada ser humano la pasión que lo mantiene a flote, ese solo afán de no mirar atrás y quedarse convertido en una estatua de sal.

Por eso soy el que no quiere nada. No sueño mis propios sueños, los escucho de cuando en cuando, al parecer caminan rengueando, un tanto estancados, nunca muertos. Ni siquiera me reproduzco, porque no deseo querer mientras no me ame yo, mientras no vuelva a besar una boca gozosa, unas manos en mi pecho, un rostro mirándome con su sola fe, la vida misma acercándome a su caricia de costumbre, y si se puede, bajo esa lluvia cadenciosa de nostalgias.

Quiero ser el niño bueno en la ventana; el niño malo me pasó por encima y me dejó sus marcas indelebles. Por eso no quiero nada con la muerte; la tolero y punto. Ni siquiera la vida me contempla ahora. Parece ser que ando entre el jardín feliz de los infantes y la gruesa maraña de los impíos. Así me toca decidirme o provocarme, o quizás deshacerme en mil pedazos. Ni soy yo mismo, ni toco fondo. Soy apenas el que no quiere nada. Y entonces fluyo, y me equivoco, o se equivoca la vida con mis verdades nada ciertas, en una tierra donde el que ama, desiste de su corazón. Y el que no ama, es bendecido con la estampa de su sello, el sello de un beso purificador, de una caricia en pie de fuego.

Soy apenas el que no quiere nada. Y siento en mis maneras que voy acercándome a ese cambio de alma, a esa transición del espíritu. A no querer nada o desear de todo, sólo un poco. Pues la vida me lleva de su mano, y yo la llevo a ella a mi costado; ni la poseo, ni la toco, continúa conmigo caminando. ¿Hacia algún lado? ¡Quién sabe! Yo mismo no quiero saber nada de la muerte, ni si la vida me coloca en sus designios. Es cosa ya de la mismísima naturaleza. Yo sólo hago mi vida, sin pedirle nada a nadie, y eso me importa a mí, y a nadie más... El que me quiera, los que me sigan, pueden hacerlo... Yo no haré nada. Me perdonaré en el intento..., si puedo, claro está.

Germán Rodríguez Aquino

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