I
Mi calle conduce a una guerra.
No tengo la certeza, lo presiento.
También lo intuye el perro triste del vecino,
el camión de la basura en la hora del silencio,
el chico con mirada ausente de la barra que me dice
—La vida pasa rápido, te darás cuenta—.
Mi calle conduce a una guerra.
Yo aprendí que los sinónimos son palabras
con significados próximos,
como tu piel a mis miedos,
mi calle conduce a una luz rota, intermitente,
mi calle conduce a las ganas, al sexo,
al amor venerado y maldito,
al amor deseado y temido,
a mí, a los amantes que nunca jamás han de serlo.
Mi calle conduce a una guerra;
no he encontrado aún la trinchera,
mi calle me lleva a una guerra
y yo estoy herida y desarmada en un conflicto
que es mío
y no lo es.
II
Somos los pedazos de un todo que nunca llega.
La luz encendida de madrugada en una calle a oscuras.
La palabra atrapada en una mirada con ganas de más.
Una cerveza en un bar, sin terraza ni conversación.
La lectura silenciosa de un libro en el parque.
El soliloquio del insomnio en la cama.
Nos duele la intimidad a solas y estamos tan solos entre los demás...
Como un fuego asfixiado en un tarro de cristal,
mágicos y abandonados en este punto del universo.
III
Como una flor rebelde que crece entre el pasto quemado,
un ciervo en la niebla,
la última luz del invierno.
Escucho tu risa
y cuestiono
la extraña manera en que nos educaron.
Cora Álvarez Blanco -Mérida-
ACCESIT DEL PREMIO HISPANOAMERICANO DIEGO DE LOSADA DE POESÍA 2017
Publicado en la revista Carballeda, 50
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