Cuando te alejaste
en la calma de un atardecer imborrable,
se diluyeron los nombres,
el letargo de las alianzas,
guarida de mis quimeras.
Ya avanzada la noche,
arribó la tormenta,
con rayos y truenos,
que se apoderaron
de mi angustia,
en la inmensidad de los días.
Sólo la luz de las velas
fue testigo de esta indefensión,
del desconcierto de tu partida.
Mi rostro muy próximo a la ventana
susurró la imagen perdida,
cercano olvido de los grillos compañeros.
Solo sé
que la tormenta interminable,
devino en una cruzada incierta,
tristeza infinita,
para alcanzar la beatitud
de un nuevo amanecer en nuestros días.
Zaida Juárez -Argentina-
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