¡Oh madre!, tú la dulce mujer de reciedumbre
cual un álamo erguido siempre al pie del brocal,
cuidaste que la linfa manante allí en mi pozo,
tuviera transparencia de mujer diamantina.
¡Oh madre, en cuyo vientre se tejieron mis huesos:
Hay sol en tus pupilas y besos en tu faz,
y en tu cara hoyuelada hay sonrisas de niña,
y aún en tu semblante, candor de adolescente!
En críptico secreto, como la nuez, tú tienes
repleto de dulzuras un tierno corazón:
y siendo suave y dulce, mas fuerte como un roble,
en mis surcos pusiste la más fértil semilla.
Mi arcilla modelaste cual un noble alfarero,
y mis ansias puliste con un buril severo;
y nunca en cobardía del yunque desertaste,
ni frente a las borrascas, huiste del timón.
Pegada de tu falda, tus pasos persiguiendo,
mi Lengua Cervantina aprendí a balbucir;
de ti aprendí nobleza, honestidad y amor,
y en lealtad y justicia, la convivencia en paz.
¡Oh mujer, dulce madre!, la que me abrió caminos,
la que siempre me dijo: “Adelante con fe,
que más que dar Dios tiene, que nosotros pedir”:
¡hoy tu voz transparente, alumbra mi sendero!
¡Oh madre, tú la recia, la tierna, la feraz;
orgullosa me has hecho de mi propio destino:
varones y mujeres de tu temple y estirpe,
de mi fecundo vientre cual milagros brotaron!
Del libro “Del crepúsculo a la alborada” de Leonora Acuña de Marmolejo
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