Asomada a la balaustrada del balcón,
ve la vida pasar con escamas en los ojos.
Escondida tras la espuma del mar
que a quinientos kilómetros la olvida,
sabe los pasos cortos que tiene que dar
para que la venda no se le caiga.
A veces se incendia y lame el polvo
del pomo de la puerta de la calle,
sabe que su vida será siempre
el mismo vino, el mismo fuego,
y que los atardeceres desde su balcón
serán el estandarte de su cordura.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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