domingo, 29 de mayo de 2016
HART CRANE EN LAS ISLAS
Mantenía una botella de ron sobre la mesa de caoba. Durante todo el día, el ritmo, como pistones calibrados, bombeando, mientras la vitrola tocaba el Bolero de Ravel y las cortinas blancas ondeaban desde la ventana que daba a un platanal. En sus sueños, la sal de un marinero todavía le escocía en los labios, y su lengua lamió en busca de ese sabor, el falo oscuro en una hamaca meciéndose, las lágrimas y los dientes; mientras redactaba, el aparejo de metáforas sacó palmas y flotillas, los salones de Ohio, el humo y lacrimosa de las Américas en su azul estuario.
Las mañanas gastadas en la orilla deslumbrada de sol. Los atardeceres pelando mangos en una explanada a la sombra verde de los árboles; y luego, poco a poco, los colores del atardecer acuático. Hubo un amante, un cortador de caña con la piel ajada por el licor y el sudor, y las hogueras en las arenas. Por la noche, corregiría galeras con Los viajes y El puente. Luego a dormir como un Fausto limpio de todo conocimiento y lujuria, sombras de aves que pasan por la cara con la suavidad que un niño siente cuando solloza en el delantal de su madre. Y por primera vez sintió como si su cuerpo fuera ingrávido, cuando el mar abrió sus cortinas oscuras, revelando sus huesos.
ANTHONY SEIDMAN
Publicado en Periódico de poesía 87
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