domingo, 1 de marzo de 2015
EL ENTIERRO
El médico certificó oficialmente la muerte. La comunicó luego a la familia que recibió la noticia sin grandes aspavientos. Decidieron entre todos llevar al muerto al tanatorio y hablaron del papeleo inmediato que debían solucionar con el hospital. Uno de los hermanos se ofreció a realizar las llamadas al resto de la familia y a gestionar con el seguro las condiciones contratadas. No hubo espacio ni ocasión para la lágrima. Toda inquietud se centraba en resolver los detalles del funeral. Lo enterraron al día siguiente, por la tarde, transcurridas las veinticuatro horas de rigor, con lluvia oscura y barro en los zapatos, con trajes oscuros y asistentes escogidos. Sin responso, oraciones ni plegarias. Ni una lágrima se confundió con el agua que caía. Ni una rosa reposó sobre el ataúd, nadie pronunció un deseo de paz eterna, ni siquiera esperaron a que el sepulturero terminara su trabajo. Sólo un largo silencio de reproche reinó, aquella tarde, en todo el cementerio.
ISIDORO IRROCA
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