La oficina,
como un hormiguero de mediocres inquilinos,
tiene vida propia
y las manos curtidas.
Como ramas secas,
en la oficina,
los días pasan al son
de la abúlica cotidianeidad.
Los relojes no cabalgan
al ritmo de los latidos
pero pronto será lunes,
dicen las voces del ecosistema.
La oficina solo puede ser
un hormiguero de poemas vacíos,
canciones de esquivas esquinas y
rosas secas llenas de dolor blando.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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