Muertos los jardines se asoman.
Tocas se las lleva el viento.
En el camino sonrisa veo,
graciosa novicia de blanco.
Jugoso cesto de la huerta.
¡Ay, que andares tan perfectos!
¡Cuánto querer siento por ella!
¡Perdona, Dios, este ardor impuro!
Esperando el amor en el claustro
entre los agrietados muros,
recobraría su color más virgen
con cada beso que le diera.
¡Ay, hermana! ¡Que por vos suspiro!
Al pie de los frutales se encuentran,
aves rapiñeras de desmán oscuro
que cortan las alas del tacto vuestro.
Sobre el laberinto de mi piel
arden los deseos más insanos,
tentaciones del alegre infierno.
Castigo que espero del cielo.
Mirad que soy monja atribulada.
Mis días marchitan como hojas vacías
esperando el amor de mi novicia,
el alma contraída de dolor.
Venid hacia mí por escaleras silenciosas.
Dejad que quite el blando oleaje
de nuestros hábitos y el cabello suelte.
Brisa de ramaje en sus brazos. Soy suya.
Adormezco el sol en su regazo.
Que el coro cante la dulce espera.
Maitines suenen de primavera
y el rezo del rosario sean flores.
Que yo sé que Dios bendice este cilicio.
Que mis lágrimas por vos ruedan,
que el amor tiene mil nombres
y vuestra mirada, la más bella.
Ana María Lorenzo -Zaragoza-
No hay comentarios:
Publicar un comentario