Bien dice Borges que no ser feliz es un pecado. Yo añadiría más: no sólo es un pecado, es también un desperdicio y una estupidez.
Por supuesto, la felicidad no es algo que se haga, compre o fabrique en un momento o lugar adecuado, pero sí que es un sentimiento al que hay que aspirar diaria, constante, continuamente. Se puede lograr, o no, pero lo importante es intentarlo y, salvo graves problemas sobrevenidos, el esfuerzo da sus frutos.
No se es feliz siempre, ni siquiera se sabe muchas veces que se ha alcanzado cierto grado de felicidad, pero el espíritu feliz, alegre, es mucho más joven, abierto, interesante, que si la tristeza o el hastío se han apoderado de nuestra alma.
Se es feliz cuando nada importa salvo lo que trasciende. ¿Qué es lo que trasciende?, preguntaréis: aquello que nos hace ser mejores, más fuertes y más alegres. Se es feliz cuando la persona a la que amas, por ejemplo, se siente a gusto contigo y con su relación de pareja. También cuando se es capaz de mirar al horizonte y no pensar en otra cosa que no sea el goce de los colores, olores, sonidos.
Quien vive para poseer no puede ser feliz, porque no se puede poseer todo y lo que se posee nunca es completo y eterno. Quien vive para compartir se acerca más a esa felicidad que todos y todas buscamos: porque compartir es vivir. Así de simple debería de ser.
FRANCISCO J. SEGOVIA
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