Me imagino que eres, no sé
-mi mente se crece imaginándote-,
un asterisco:
porque cabes en el crucigrama
de una vocal nunca deletreada;
porque de manera reiterada
simplificas el amor en la dulzura
y lo vuelves flujo, fondo,
longevidad de manos coincidiendo
-cómo gozo tu máscara de tarde,
el antifaz que es viento, nube,
disfraz de lejanía-,
y verte semejada, no sé,
a lo que mi imaginación
no le da nombre,
porque no tiene consigna
más que la de parecerse a ti misma.
Salvador Pliego
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